Por qué en esta tierra, donde sobra talento, falta reconocimiento. Por qué mientras en otros países se celebran sus creadores, acá se los empuja a pelear contra la indiferencia, la desidia y el desprecio cultural de quienes gobiernan y de una sociedad acostumbrada a mirar hacia afuera antes que a lo propio.
Un artista argentino tiene que escapar, viajar, cruzar fronteras y recién entonces, cuando el mundo lo aplaude, volver a su país convertido en “orgullo nacional”. Es triste y es injusto: necesitamos que nos lo validen desde afuera para poder verlo acá.
No es el talento lo que falta: lo que falta es un Estado que invierta en cultura, lo que falta es un público que pueda pagar una entrada sin que eso signifique resignar un plato de comida, lo que falta es unión entre artistas en vez de competencia feroz.
En Argentina se mata la cultura lentamente, se asfixia a quienes eligen crear, se los condena a vivir de changas mientras sus obras esperan un escenario que no llega. Y sin embargo, contra todo pronóstico, el arte argentino resiste. Resiste en los teatros barriales, en los músicos callejeros, en los pintores anónimos, en los poetas que gritan su verdad en un papel manchado de café.
Que quede claro: el artista argentino no fracasa, fracasa el país en darle lugar. Y aunque quieran callar su voz, aunque lo obliguen a emigrar o a doblarse frente al mercado, el verdadero artista no baja los brazos. Porque el arte, igual que el pueblo, siempre vuelve, siempre resurge, siempre encuentra un modo de hacerse escuchar.
Un claro ejemplo.

Andrés Calamaro.
Andrés Calamaro ya era conocido en Argentina en los años 80. Era el teclista de “Los abuelos de la nada”, la banda de rock de Miguel Abuelo. Fue compositor y cantante de algunos de sus éxitos más conocidos como “Mil horas”; sin embargo, tuvo que abandonar Argentina y vivir 10 años en Madrid para regresar a Buenos Aires convertido en un Referente del Rock en Español, la leyenda que es hoy.
Andrés dejó su banda en 1987. Sacó dos discos: “Hotel Calamaro” y “Vida Cruel” que pasaron por las tiendas sin pena ni gloria. En estos discos colaboró como guitarrista, Ariel Roth, otro argentino que inició su carrera artística en España, en su caso, exiliado con su familia por la persecución de la dictadura militar de Videla. Desde que se disolvió el grupo “Tequila”, Ariel daba tumbos de un lado a otro, intentando encauzar su futuro profesional. Visto que las cosas no tiraban, Ariel propuso a Andrés que se fuera con él a probar suerte a España.
Ariel presentó a sus amigos músicos españoles a Calamaro y se cuenta que en un concierto de los Rolling Stones en el Calderón, el histórico estadio del Atlético de Madrid, surgió la idea de montar Los Rodríguez.
Los Rodriguez fue una banda de rock español con un fuerte acento argentino. Aunque en mi opinión se dejaron moldear por la industria, son uno de los grandes grupos de la historia del Rock en España.
Todo llega a su fin, y después de 6 años de andadura, Los Rodriguez se disuelven. Andrés Calamaro vuelve a tocar solo y nos sorprende con un disco soberbio: “Alta Suciedad”, que esta vez no pasa desapercibido para nadie.
Es el final del siglo XX y durante 3 años Calamaro no parar de tocar en directo y de grabar. Como los Beatles en sus mejores tiempos. Hasta cumple el sueño de telonear a uno de sus ídolos. Abre los 12 conciertos que da Bob Dylan en España en 1999.
Andrés Calamaro recibe el siglo XXI con toda una proeza, la edición del disco “El Salmón”. Un disco quíntuple formado por 103 canciones, escritas en su mayoría en el último año. Muy pocos músicos en el mundo son capaces de hacer lo que hizo Andrés Calamaro.







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