“No queremos un país de cerdos y turistas” o “Deberían cerrar las tiendas que no atienden en catalán” son algunos de los mensajes virales que hemos leído este verano en X (Twitter) de dirigentes de la CUP. En un momento en el que el discurso independentista pierde fuelle en Cataluña, y donde la organización anticapitalista tiene cada vez menos peso en el bloque independentista, los elementos más radicales vierten toda su artillería en Redes Sociales.

Acción directa.
En la imagen, la fachada de una heladería de un barrio de Barcelona, abierta por un argentino y vandalizada por atender en castellano.
La foto aparece en el muro de Twitter de un dirigente de las CUP de Girona, como si fuera un meme gracioso.
La CUP (Candidaturas de Unidad Popular) en realidad es una confluencia de organizaciones que van desde el Moviment per la Terra (heredero del partido prosoviético PESAN), grupos independentistas como Endevant o Arrant (emuladores de la izquierda abertzale de los años 80 que jadeaba a ETA) y partidos troskistas como Lucha Internacionalista y Revolta Global.
La CUP impidió en el 2016 que fueran nombrado presidente de la Generalitat Artur Mas, por haber sido un abanderado en la aplicación de los recortes. Esta decisión hizo que aumentara su simpatía entre la población. Sin embargo, desde entonces, cuando han tenido representación en el Congreso de los Diputados (de España) han votado, sistemáticamente, lo mismo que el PP.
Hoy, obstinados por recuperar el apoyo perdido, han pasado a tener una actividad frenética en Redes Sociales. Según cuenta Gillem Surroca y Jordi Casas, representantes de la CUP en la Diputación de Girona, en una entrevista concedida al periódico ElNacional.cat, la estrategia en redes es una decisión consciente de la dirección del partido. Con los tweets y los videos llegan a una audiencia más amplia. Con eso pretenden hacer que prenda el mensaje.
El problema es qué mensaje están transmitiendo.
El recelo ante la inmigración.
En videos y entrevistas, Surroca y Casas han expresado su rotundo rechazo a la “Catalunya de los 10 millones”, el proyecto del PSC que vincula el desarrollo económico con la llegada de inmigrantes.
“Este proyecto es dramático en términos de recursos, servicios públicos, defensa de la lengua y cohesión nacional… Para nosotros es una emergencia a la que tenemos que hacer frente de manera rápida y urgente» – Dice Gillem Surroca.
Evidentemente, si se desea aumentar la producción hay que contratar mano de obra. Cuando no hay mano de obra suficiente en un lugar, por ejemplo, por envejecimiento de la población, hay que aceptar la que viene de fuera. Es una ley básica de la economía.
Los trabajadores que vienen de otras partes del mundo hablarán otras lenguas y tendrán otra cultura. Interaccionarán con la población local, modificando la cultura existente. ¿Es eso malo? La cultura siempre se ha enriquecido así.
El proceso de la migración está generando diferencias culturales en Cataluña. Los inmigrantes se asientan donde hay trabajo y mejores condiciones de vida. Han venido a Cataluña a trabajar, no por el embrujo que ejerce la Sardana. Como resultado de ello, la realidad social de Barcelona y de los núcleos productivos se diferencia cada vez más del interior rural de Cataluña, convertido hoy en el guardian de la quintaesencia catalana. Una zona, la Cataluña rural, cada vez más parecida a las provincias de Palencia, Huesca y Salamanca que a las ciudades de Barcelona o Tarragona.
Como reacción a este fenómeno, algunos dirigentes de la CUP exigen que solo se pueda trabajar cara al público si se tiene el Certificado B-1 de Catalán por la Escuela Oficial de Idiomas.
No hablan de que el sector del comercio es uno de los sectores donde más precariedad laboral hay. ¿Estaría dispuesto un payés de Lleida, que habla muy bien catalán, dejar su masía para trabajar de lunes a domingo en un stand de un centro comercial de Barcelona por 1.200 € al mes, durante 3 meses y luego ir al paro hasta que lo vuelvan a llamar? Como probablemente no lo va a hacer, habrá que contratar a una chica que viene de Colombia. Con independencia de si sabe catalán o no.

La cultura catalana, tal y como la conocemos, está abocada a desaparecer.
La cultura de la barretina, del hereu y la cruilla, de los castellets y los correfocs tiene sus días contados.
No por nada. Mientras una pareja catalana tiene 0 o 1 hijo, una pareja magrebí o sudamericana tiene una media de 3 hijos. Con esta proyección, en 3 generaciones, la población de origen foráneo igualará a la población originaria.
Ya se está dando y se va a dar cada vez más. Chicas y chicos catalanes se emparejarán con chicas y chicos inmigrantes. ¿Debe esta población inmigrante renunciar a su cultura para ser aceptados socialmente?
Estamos a las puertas de algo nuevo. No sabemos qué va a pasar. Lo mismo terminamos todos enamorados de la cumbia. A lo mejor, en lugar de comprar panellets el 1 de noviembre, nos da por comer dulces árabes, que están más ricos.
Cómo organización que se reclama de izquierdas, la CUP debería estar más preocupada por luchar contra la explotación y por trabajar por la unidad de la clase obrera (venga de donde venga) que por salvaguardar la pureza de la cultura catalana.
Al final, van a terminar imponiendo la lengua y la cultura por la fuerza, igual que Franco imponía el Cara al Sol a la entrada de las escuelas.
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