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Los independentismos periféricos hunden sus raíces en el carlismo.

El carlismo actual en Navarrra
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Bajo el lema de “Por Dios, la patria y el rey”, en el siglo XIX se fraguó en España una de las ideologías más rancias y retrógradas de la Europa contemporánea, el carlismo. Defendía privilegios y relaciones sociales heredadas de la edad media. Fue decisivo en el devenir del país en aquel siglo convulso, y se encuentra presente en el ADN de los nacionalismos-independentistas, catalán y vasco, que lo han agitado durante el siglo XX, y lo que llevamos del siglo XXI.

La huella del carlismo es fácil de detectar en el nacionalismo vasco. Los fundadores del PNV, antes de ser nacionalistas, fueron carlistas. En el independentismo catalán, más sibilino, existe una correlación directa entre los feudos carlistas y los focos independentistas de la Cataluña rural.

En la segunda mitad del siglo XIX, el carlismo se hizo fuerte en Euskadi, Navarra, el norte de Cataluña, la Sierra del Maestrazgo y Orihuela. Y en algunos periodos del siglo, en Galicia, el norte de Castilla y el interior de Valencia.

Aparte de defender el derecho al trono de Carlos Mª de Isidro (hermano de Fernando VII) y de sus descendientes, y de oponerse a que en España reinara una mujer, el carlismo, bajo la defensa de la tradición, promovía el odio al forastero, el inmovilismo social y daba sustento teórico a sistemas de relación como el caciquismo y el mayorazgo; en Cataluña, el Hereu.

43 años de Guerras Carlistas.

Las guerras carlistas surgen de un acontecimiento histórico, la proclamación de la princesa Isabel como sucesora al trono de su padre, el rey Fernando VII. En España imperaba la Ley Sálica, por la cual solo podía reinar un varón. A pocos meses de su muerte, el rey Fernando decreta la Pragmática Sanción, que fija la excepción a la ley, y proclama sucesora al trono a su única hija, Isabel II, que entonces contaba con 3 años de edad.

El hermano menor del rey, Carlos María de Isidro, entra en cólera y reclama su derecho a reinar, como el varón más próximo en la línea sucesoria respecto al monarca difunto. La alta nobleza y la burguesía naciente apoyan la decisión real, por lo que el aspirante Carlos no le queda otra que buscar apoyos entre la baja nobleza y el clero regional. Los cuales subleva contra el orden establecido con la promesa de defender a capa y espada antiguas prebendas medievales como los Fueros del Reino de Navarra, los del Señorío de Vizcaya o los diezmos y derechos sobre la tierra de las estructuras eclesiásticas regionales.

Los aliados del aspirante Carlos no tienen problema en movilizar importantes masas de campesinos con el argumento de defender un estilo de vida que llevan heredando generación tras generación, y por el cual, unas pocas familias mantienen su poder sacrosanto sobre territorios acotados.   


El carlismo en la prensa.

Humor gráfico publicado en un periódico liberal español en el siglo XIX.


Dado que Carlos María de Isidro obtiene su respaldo de los sectores más conservadores, la monarquía no tiene más remedio que apoyarse en los liberales, estrechamente ligados a Inglaterra, aunque esta no haya sido su orientación principal hasta ese momento.

El carlismo rebasa el mero problema sucesorio. Al igual que sucedió con la Guerra Civil Norteamericana, entre el Norte y el Sur, se convertirá en una lucha entre dos sistemas de organización social. Uno moderno, que promueve reformas en la sociedad, aunque dirigidas desde Gran Bretaña, los isabelinos; y otro que se niega al progreso, el carlismo, que no tardará en encontrar apoyo en otras potencias europeas.

Las guerras carlistas.

La primera guerra carlista comienza en 1833, con la muerte de Fernando VII y dura hasta 1840. Se desarrolla, principalmente, en la mitad norte del país. El País Vasco y Navarra representarán el frente principal de la contienda, donde se vivirán las batallas más encarnizadas, como el sitio (cerco) de Bilbao, emprendido por el general carlista Tomás Zumalacárregui. Si bien tiene un desarrollo zigzagueante, la guerra concluye con la derrota de los carlistas, escenificada en el abrazo de Bergara entre el general Maroto (Carlista) y el general Espartero (Isabelino).

Cuando la reina Isabel cumple 16 años de edad, Carlos María de Isidro propone que su hijo mayor, Carlos Luis, se case con la reina y así pase a reinar de pleno derecho. La reina Isabel rechaza el matrimonio con su primo y esto suscita una nueva guerra carlista con el objetivo de imponer el matrimonio por la fuerza. Esta segunda guerra durará 3 años y se desarrollará, principalmente, en el Pre-Pirineo Catalán, donde los carlistas ubican su centro de operaciones en la ciudad de Berga, en el norte de la provincia de Barcelona. De nuevo los carlistas vuelven a ser derrotados, esta vez por una manifiesta inferioridad de efectivos.

Tras el destronamiento de Isabel II, a raíz de la Revolución La Gloriosa, y en un momento en el que el Estado español atravesaba un periodo de debilidad con la independencia de los países latinoamericanos, los carlistas aprovechan la situación para iniciar una nueva guerra con la que imponer a su candidato, Carlos de Borbón y Austria, nieto de Carlos María de Isidro. La confrontación se agudiza cuando las cortes generales nombran como rey a Amadeo de Saboya, a instancias del General Prim, lo que los carlistas consideran como la imposición de un rey extranjero.


los carlistas en la Guerra Civil
Destacamento carlista en la guerra civil.

La intervención extranjera.

Durante la mayor parte del siglo XIX, España es un territorio en disputa entre Gran Bretaña y Francia. Las dos grandes potencias del momento. Intervienen por medio de la masonería y del contacto directo con los políticos españoles: liberales y conservadores. Los cuales no tienen ningún reparo en expresar su sintonía con una u otra potencia. Tras esta disputa está hacerse con el control de los países latinoamericanos, que están independizándose, y saquear los recursos españoles, como la minería. El carlismo no se verá ajeno a esta injerencia externa.

Para la primera guerra carlista, Carlos María de Isidro recaba el apoyo de los imperios más rancios de la época: la Rusia de los zares, el imperio Prusiano y el Imperio Austro-Húngaro.

En esta primera guerra, tanto Francia como Gran Bretaña apoyarán a Isabel, o más concretamente a su madre, la regente María Cristina. Sin embargo, tras la derrota carlista, Francia no dudará en acoger en su territorio a los generales carlistas perseguidos. Verá en el carlismo una forma de debilitar a España, para acrecentar su influencia sobre el país.

A partir de ese momento, el sur de Francia será el santuario de los carlistas. Donde sus dirigentes se refugian y donde preparan las escaramuzas para actuar en España.


La tercera guerra carlista durará cuatro años e influirá en la proclamación de la I República.

Los carlistas no desaparecen. Al contrario, 100 años después de su nacimiento apoyarán el golpe de estado de Franco contra la II República, constituyendo una parte importante del ejército nacional fascista, y concibiendo la Guerra Civil como una cruzada por la fe católica y la tradición.  

El carlismo y el nacionalismo vasco. 

De sobra es conocido que Sabino Arana, fundador del PNV, y su hermano Luis, provenían de una familia de tradición carlista. Su padre, Santiago Arana Asotegui luchó en la tercera guerra carlista y se exilió con la familia durante tres años en el sur de Francia para no ser apresado.

En su juventud, Sabino y Luis eran unos entusiastas carlistas que defendían con vehemencia los fueros vascos y la tradición católica. El periódico nacionalista Deia publica una interesante crónica del viaje que hizo en tren en 1880 Luis Arana a Galicia, y donde coincidió con un industrial santanderino, que cambió por completo su forma de pensar.

Hablando durante el largo viaje de política, el santanderino planteó a Luis que para qué iban a depender de un rey para defender los fueros vascos, si ellos los podían blindar con la independencia. Más aún, le dijo el cántabro, en esa causa podrían contar con el apoyo de potencias como Inglaterra, que gustosamente les brindarían su ayuda, pues les interesaba debilitar a los otros países europeos para garantizar su supremacía.

Es posible que el santanderino polemizara sobre el tema. Medio en serio, medio en broma. Ya sabemos lo que sucede en estos largos viajes de tren. Sin embargo, el joven vizcaíno se tomó aquellas divagaciones muy en serio. Tanto que cambió sus convicciones ideológicas y no le costó mucho arrastrar consigo a su hermano Sabino.

Algunas de las ideas centrales del nacionalismo vasco excluyente: los 7 apellidos vascos, el RH -, o la leyenda de Aitor, el padre de los vascos, bebé directamente del rechazo al forastero propio de los carlistas.

La huella carlista en el nacionalismo catalán.

Algunos de los bastiones del independentismo catalán fueron feudos carlistas: Berga, Olot, Vic, Ripoll. La Cataluña rural fue parte activa en los levantamientos carlistas del siglo XIX. En ello influye la presencia de una comunidad terrateniente con un fuerte poder local y un sistema de relaciones familiares y sociales bastante asentado. Así como el poder de la iglesia católica, que se hace sentir, especialmente, en algunas comarcas del interior.

El carlismo en Cataluña estuvo muy organizado. Tanto es así, que como cuenta El Heraldo de Madrid, en Barcelona se fundó uno de los periódicos carlistas más influyentes y longevos de la historia: El Correo Catalán. Creado en 1878 por el periodista Manuel Vilá de la Roca y el sacerdote jesuita Félix Sardá y Salvany. El periódico estuvo activo hasta 1985.


Berga, capital del carlismo.

Durante la segunda guerra calista (1846 – 1849), Berga, en el norte de la provincia de Barcelona, se convierte en la capital del carlismo.

En el Castillo de Sant Ferran se instala el estado mayor de las tropas carlistas y se editan periódicos para dirigir el carlismo en toda España.


Durante la Guerra Civil, mientras Cataluña se mantenía fiel a la república, en las comarcas de Osona y el Berguedà se constituyeron destacamentos carlistas que apoyaban a Franco y cuyo objetivo principal era la toma del Monasterio de Montserrat.

Fruto del cariz anticlerical que cogió la República, los monjes abandonaron el monasterio, y el santuario se convirtió en un emblema cultural, desprovisto de su contenido eclesiástico. El objetivo de los carlistas era devolver a la comunidad religiosa a sus instalaciones y volver a oficiar misa. Estos mismos grupos carlistas recibieron la visita de Henri Himmler, líder de las S.S. nazis, en 1940, cuando terminó la guerra.

Referentes del independentismo catalán actual como Toni Comí o el cantautor Lluis Llach provienen de familias de tradición carlista.

Aunque el carlismo aboga por la unidad de España y la monarquía, su defensa del poder y las tradiciones locales, visto como algo inmutable, lo convierten en un sustrato fértil para que germine el nacionalismo más excluyente y más xenófobo.

España es uno de los pocos países de Europa donde se dan nacionalismos tan exacerbados. En ello influye, no solo la diversidad cultural, sino también fenómenos históricos como el carlismo. Esto explica muchas de las posiciones políticas y principios que se dan entre los independentistas.


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