Expediente Abierto Cultura,Y además Mujer, privilegio y maldición.

Mujer, privilegio y maldición.

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Existe una DEUDA HISTÓRICA con la MUJER, algo de lo que debemos responsabilizarnos como sociedad de una vez.

A lo largo de más de 5 milenios, a las mujeres, en las sociedades clasistas, se las ha domesticado, explotado, violado, silenciado, castigado, mutilado, quemado, se las ha educado en ser sumisas, dependientes, se las ha tratado como seres incompletos y origen de los males sociales. En definitiva, se las ha sometido a una voraz, persistente y cruel opresión durante todo este tiempo. Opresión que pervive en nuestros días, y que según el sitio donde te toque nacer la sufrimos más cruda o sibilinamente.

 Pero ¿para qué? ¿Qué ha hecho la mujer que la ha convertido en un ser tan peligroso para recibir tal maltrato histórico?

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 El misterio se encuentra en nuestra facultad de engendrar. Nuestra capacidad de parir ha significado tanto un privilegio como una maldición, conforme al contexto histórico y cultural en el que nos encontremos.

Las sociedades de clases son de naturaleza violenta, excluyente, competitiva, donde tener hijos, sí o sí, deja en desventaja al sexo femenino, condicionándonos, como en nuestra sociedad actual, a seguir subyugadas en tener un papel secundario a nivel laboral y social. Pero esa condición por sí misma no explica para qué ha sido necesaria imponer una opresión tan férrea a lo largo de este tiempo.

La clave la debemos encontrar en el hecho de que la organización social familiar previa, de carácter colectivo, pasó a ser una organización social de carácter privado. Fue necesaria una expropiación originaria a este tipo de organización, a las que Engels califica de ‘gens’. Y La apropiación por parte de unos pocos de los excedentes de producción social convirtió la descendencia, también, en propiedad privada. La mujer pasa a convertirse en un medio, una mercancía más.

La formación del patriarcado.

El proceso de formación del patriarcado se estima que pudo desarrollarse en el transcurso de unos 2500 años (del 3100 al 600 antes de Cristo). En ese proceso largo y sinuoso, a la mujer, que en la gens gozaba del prestigio que le daba su condición de concebir, se le fue arrebatando el estatus social que mantenía, sometiéndola en el desarrollo del esclavismo a una triple explotación, la de su fuerza de trabajo, la sexual y la del fruto de su vientre (por los siglos de los siglos, amén).

Y esto fue necesario hacerlo a sangre y fuego hasta naturalizar la nueva condición femenina. El establecimiento de esa condición no debió estar exenta de lucha y de otro tipo de prácticas a la luz de la violenta opresión que fue necesaria imponer. Lo que es dócil no necesita tanto empeño en doblegarlo.

 La comprensión de cómo pudo darse ese proceso lo podemos ver en la mitología; como paulatinamente la diosa-madre fue perdiendo poder, que no presencia, en la narrativa contada sobre el origen de la humanidad en cada cultura, hasta llegar al relato bíblico en donde la mujer pasa directamente a ser un apéndice del hombre y el origen del pecado.

 Pero demos un pequeño salto para hablar de la división social del trabajo.

 Podemos ver la huella de la primera división social del trabajo entre mujeres y hombres en las sociedades pre-estatales. Esta división garantizaba la supervivencia del colectivo. Se ha escrito mucha literatura sobre esto, pero está demostrado por evidencias antropológicas y por las sociedades cazadoras recolectoras que todavía existen, que la caza de animales grandes, asociada a los hombres, era una actividad auxiliar, mientras que las principales aportaciones de alimento provenían de las actividades de recolección y caza menor, que llevaban a cabo mujeres y niños.

El progreso de la humanidad en Eurasia continuó con las diferentes divisiones que permitieron, como dice Engels en el libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”: “que la fuerza de trabajo humana fuera haciéndose capaz de crear más productos que los necesarios para su sostenimiento”. La domesticación de animales llevó al nacimiento de sociedades pastoriles cuyo producto les daba ventaja respecto a culturas que no lo eran. El desarrollo de los metales permitió que el cultivo de la tierra fuera más productivo y la creación de oficios artesanos asociados a la agricultura (telares, cerámica, forja).

El comercio es una consecuencia del excedente de producción habida por la división del trabajo y el desarrollo técnico de las herramientas, y a su vez, crea una nueva división de trabajo no ligada a la producción directa. Toda esta división que llevaba al progreso y la a estabilidad material de esas sociedades, sin embargo, traía en su esencia la incómoda división de la población en clases sociales con sus inherentes intereses particulares. Y el primer golpe de la lucha entre estos diferentes intereses lo recibió, en general, la organización social de tipo familiar, las gens de las que ya hemos hablado, y las mujeres en particular.

La mujer en el esclavismo.

 La reducción de las organizaciones familiares a ceniza no fue un proceso rápido, el establecimiento del esclavismo como forma de organización dominante se dio de forma heterogénea en diferentes territorios y culturas, pero su resultado puede verse en la formación de las primeras sociedades estatales. Mesopotamia, Egipto, China, y posteriormente Grecia y Roma son ejemplo de ello. Y en ellas se ve ya una pesada y opresora legislación contra la mujer, y su consecuente represión para garantizar la propiedad privada de unos pocos.

Gerda Lerner en su libro “La creación del patriarcado” establece en uno de sus capítulos que “Los hombres aprendieron a instaurar la dominación y la jerarquía sobre otros pueblos gracias a la práctica, que ya tenían, de dominar a las mujeres de su mismo grupo. Se formalizó con la institucionalización de la esclavitud, que comenzará con la esclavización de las mujeres de los pueblos conquistados”.

 La herencia que en las gens era matrilineal pasa a trasladarse por vía paterna. Se impone a las mujeres progresivamente la monogamia y su cara inversa, la prostitución. Ese nuevo tipo de familia aseguraba que la descendencia del padre era consanguínea, la propiedad privada quedaba de alguna manera garantizada para las clases poseedoras dirigidas por hombres.

 Así, de la misma manera que se domesticó a los animales, gran número de personas pasaron a ser domesticadas también en forma de esclavos. Las mujeres respetables (ligadas a un hombre) disfrutaron de cierta cuota de poder, pero en un papel de dependencia, y las mujeres no respetables (prostitutas, esclavas) a los designios del cruel destino.

Y el privilegio de engendrar dejó paso a su maldición.

La lucha por la liberación de la mujer está indisolublemente ligada a la lucha por acabar con la explotación y la opresión inherentes a las sociedades de clase. Sí, sin duda. Pero tengamos en cuenta las palabras de Marx cuando decía ‘El grado de emancipación femenina determina naturalmente la emancipación general’. Y esa emancipación pasa también por reconocer y reparar las cuentas de las heridas históricas habidas por el hecho de parir.

Un artículo de Amparo del Amo.


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3 comentarios sobre «Mujer, privilegio y maldición.»

  1. Aunque siempre lo percibía, tardé muchos años en reconocer mi lado femenino y varios más en enorgullecerme de él. Ahora, tras analizar la historia de la humanidad y habiendo comprobado nuestro fracaso evolutivo, hay veces que desearía haberlo sido por completo. ¿Dónde ha quedado la belleza de lo andrógino, siendo como tal el origen de ambos sexos? Ser mujer no se reduce a los órganos reproductivos con los que hayas nacido, ni al deseo sexual que poseas. A mi entender su cimiento es la sensibilidad que carece el que presume de macho alfa, desconociendo o negando que también existe la hembra alfa. Este masculino singular usa la fuerza como único poder por quedar su inteligencia en minoría ante el sexo complementario o mal llamado opuesto. Tristemente, la mezquindad del musculado embriagado de testosterona acaba consiguiendo subyugar a la mujer. Y ante tamaña cobardía debería ella plantarse haciendo uso de la herramienta más valiosa que ante dicha afrenta posee, que no es otra que la capacidad de procrear. Ella y nadie más es la dueña de lo que se haya de gestar en su interior y dados los tiempos que corren (que tampoco son tan distintos a los de antaño) quizás una huelga uterina, una huelga de ovarios de manera indefinida o al menos hasta que la realidad acabe convenciendo al cabestro, que el estrógeno está igual o mejor capacitado para guiar a la manada que él. Doble éxito sería, pues al tiempo conseguiríamos de paso frenar la superpoblación, principal este de nuestros problemas que nadie quiere ver, pero que acelera nuestra destrucción a pasos agigantados.
    Admítase este pronunciamiento no como un consejo, sino tan solo como una sugerencia de un erróneo humano, valga el pleonasmo.
    Felicidades por tu magnifico artículo. Leerlo además de alegrarme la mañana ha conseguido sentirme feliz por conocer personas como tú. ¡Un abrazo!

  2. Gracias, Miquel, por tu comentario. De todos modos, no creo que tengamos un fracaso evolutivo. Digamos que la sociedad se ha desarrollado así a lo largo de la historia. Pero no hay nada que no se pueda cambiar en este campo. Como decía mi abuela, todo se puede arreglar menos la muerte.

  3. Gracias Miquel, me encanta que te haya gustado. Un buen ejemplo de macho alfa sería Trump y sus compañeros. Eso sí que es una involución histórica.
    En fin, que no se trata de mujeres y hombres individualmente, sino de la parte de la humanidad que vive en discriminación perpetua y otra parte, pequeña pero con poder, que vive a costa del sufrimiento de la otra.
    Algún día eso tendrá que cambiar, y entonces, ya verás como la evolución humana estará guay 🙂
    Un abrazote!

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